23 dic 2020

Tiene los ojos llenos de algo que yo no he visto.

Debe haber alguna manera de saber algo sin saberlo del todo o de decir cierto tipo de cosas sin decirlas. Yo, por mi parte, soy ciega. No veo nada de lo que pasa a mi alrededor, en cambio vivo creyendo que veo cosas que no existen.
Antes me gustaba más quien era. Hablaba mucho menos, escribía más.
Ahora sólo pienso en que el tono de su voz es como si estuviera pensando todo el tiempo. Como si en realidad no hablara, ni escribiera, ni cantara. Como si fuera un pensamiento.
Tiene los ojos llenos de algo que yo no he visto.

El año en que no hubo primavera.

Primero perdí la voz, más adelante sabría que también perdí la memoria.

Cuando salí de la clínica había pasado tanto tiempo que nada afuera parecía ser lo mismo que conocía. Una ciudad diferente, otro ritmo, una nueva estación. Todo lucía distinto porque en realidad el mundo había cambiado; aunque la ciencia asegura que un siglo es irrelevante en tiempo geológico, tres meses son suficientes para transformar la geografía de las emociones humanas....

Otoño

Mayo 

Voy dejando mensajes
para que un día los unas
y construyas con ellos la historia
de todo lo que no puedo decirte.




Miedo

Noviembre 

Empezaré a escribir para poder entender lo que me pasa o para dejar un testimonio de lo que no pasó.

Este será mi lugar seguro. Porque tengo miedo de pensar, imaginar y sentir. No soy capaz de hablar. Quizás si logro convertir este momento de mi vida en una historia pueda devolver las cosas a su orden natural. Qué tengo más? miedo o culpa?


Miedo.


Tengo la sensación de que él sabe todo lo que hago, dónde voy, lo que pienso, incluso lo que siento, sólo con mirarme. Su presencia omnipotente e invisible me mantiene sometida a barreras que son imaginarias, pero el miedo es real. Sé que no puedo mentirle, lo sabe todo, siempre sabe todo, hasta lo que todavía no pasa, mis pensamientos antes de que surjan, por eso sólo puedo ser sincera aquí, en este lugar que nadie más conoce.

Soy un animal domado, adormecido, pero late dentro de mí un corazón salvaje, vivo y brillante. Lo sé porque cuando sueño puedo ver espejismos fugaces de mis deseos reprimidos. Entonces me atrevo a pensar, ¿y si pudiera? ¿si un día quisiera ser libre? ¿Sería capaz de dejar para siempre esta jaula segura y lanzarme al vacío de una vida incierta? 

Tengo miedo porque no conozco la libertad.



23 jul 2015

La última visita

Tiene en su ventana la mejor vista de la ciudad y el tono lévemente oscuro del cristal parece aumentar la calidez del paisaje de las cinco de la tarde. Es la primera tarde soleada después de varios días oscuros. A lo lejos distingo la torre de la iglesia y las siluetas de los edificios, mas, descubro que no importa la altura; el cielo siempre termina donde empiezan los techos.

19 may 2015

Siniestros

A esta hora empiezan a pesarme los ojos, las horas de vida desperdiciada, y estoy cansada aunque no he hecho nada una vez más, ni un solo paso al futuro, ni un pequeño triunfo que saborear mientras intento entrar en el sueño. Nada. El vacío profundo, aterrador, me calza como un guante siniestro la desesperanza, la apatía hacia casi todo el mundo. Me duele el cuerpo de estar tan acomodada a esta rutina estando tan incómoda. Aquí, allá, incómoda en mi propio cuerpo que va haciéndose viejo como el día se hace noche.

Me duelen los ojos, los colores me están matando día a día. A esta hora he absorbido tantas imágenes mudas que creo que estoy lista para renunciar a mi facultad de ver. Fotografías, me seducen, las acepto, me enamoran, pero son demonios que entran en mi sangre para matarme. No, la fotografía nuca va a mostrarme la salida, sigo en esta caverna dibujando sombras. Lo supe hace mucho; que la luz viene de las sombras, y la fotografía no sirve para sanarme, no va a librarme de mí.

Taxidermia


Yo también tengo historias que contar, pero antes de todo estás tú. Como una mariposa encerrada en un frasco, exhausta de mover las alas y no volar a ningún lado. Como los pájaros muertos que guardo en el congelador; inmóviles, el corazón seco, los ojos vacíos, mi alma está atrapada en una vida que no deseé.

Escribir

Ya no vengo por aquí, hace cuánto tiempo. Me pone triste remover estas palabras hechas escombros. Entro en mi mente y me encuentro una habitación vacía, ya no hay nadie aquí -me digo- no hay nada, parece que susurra el eco de mi voz en el silencio.

Poco a poco me fui quedando muda, la vida comenzó a ir tan rápido que olvidé la costumbre que tenía de mirarla desde lejos, lejos de todo y muy cerca de mí. Ese hábito de asumir con naturalidad una existencia poética se volvió ajeno.

Ahora enfrentada a esta página vacía me siento de nuevo entrando a un mundo desconocido. No hay regreso posible, no hay atajos, la única manera de volver a escribir es empezar con la página en blanco.

2 may 2013

El mirador del viento


Nos sentamos a descansar en lo más alto del mirador del viento.

Allí donde el fin del mundo era apenas la mitad del camino, 
dejamos que el viento nos secara el sudor de la piel.


28 ago 2011

"Rápido, sin llorar"


Caminamos entre la gente con cara de perdidos. Caminamos en silencio los trayectos de siempre. Celebramos nuestro ritual guiados por la tradición. El helado del piso dos, las papas fritas consumidas en el mismo código previo a las despedidas. Podemos quebrar la ciudad con el peso mudo de nuestras penas. Podemos hacer que la tarde no nos toque con su frío, atravesar los días sin que nada pase. Y quedarnos quietos mirando rotar las agujas que tenemos dentro del pecho.

24 ago 2011

La ultima cena

El día siguiente a la tragedia vamos a tomar helados. Miramos lo de siempre; las parejas, los niños, las escaleras mecánicas, y mientras esperamos nuestro turno en la fila del supermercado, vamos planeando mi muerte.

Prepararemos la última cena y de postre comeremos duraznos con crema. Yo hablo sobre el último antojo que los ancianos tienen justo antes de morir.

Nos detenemos en la farmacia para comprar somníferos, una caja de treinta no será suficiente pero completamos la dosis con antidepresivos, tengo tres cajas llenas. Como siempre me piden la cédula y me hacen firmar la receta antes de verificarla. Así es el procedimiento para los psicotrópicos. Pregunto por el descuento, como siempre 12%. La farmacéutica se tarda en imprimir la boleta porque se ha acabado el papel de la impresora. Al salir nos detiene un perro con su pata quebrada, nos miramos y reímos por la fatalidad que nos sigue…

11 ago 2011

La memoria de los sentidos

Esa mañana escribí sobre una ciudad demasiado fría para recorrer a solas. La tarde que le sigue di un paseo inesperado. La escarcha brillaba en la calle con la secreta timidez de las estrellas jóvenes, sin embargo no sentí frío, ni hambre, ni cansancio, sucede cuando lo extrasensorial se apodera del control que a menudo tienen los sentidos, y los vuelve inútiles. Es como crear un submundo. Vaciar una calle. Dejar en silencio una ciudad. Pausar los recuerdos para evadir la tristeza. Es todo, menos detener el tiempo, porque el tiempo del que hablo nunca es suficiente. Si pudiéramos hacerlo no habría despedidas, promesas, no habría emociones, sólo quedarnos quietos, llenos de aburrimiento. Huérfanos de sentido hasta olvidar que había uno. Así es como por las noches, a veces, me enamoro un poco.

En la ventana dibujo una tristeza nueva; una puerta cerrada, un vidrio roto. Llueve afuera y oscurece despacio, no siento frío. Toda mi música, de pronto se oye nueva, pero ya no dedicaré canciones, no escribiré poemas, mantendré muerta toda expectativa, ¿para qué volver a abrir las posibilidades de dolor? No quiero morir como Renée Michel y su elegancia de erizo; una mañana cualquiera, por fin dispuesta a amar.

3 ago 2011

Crisis de ausencia

Aquí paso las horas -casi inerte- mirando a la gente pasar con sus colores distantes. Mi vista siempre se estrella en un edificio seguido de un cielo nublado. Y todo parece sin vida, la gente, el tráfico, el transcurrir de las horas. Hace días nadie me habla de nostalgias. Tampoco quiero mirar más allá, tampoco necesito que me hablen de eso que ahora es mi patria. 
Hay un sentimiento aquí dentro, no sé si resbala en las paredes blancas, o me rodea invisible, como el olor de un aerosol anti tabaco de naranja y cedro. Me ofrecen visitas, paseos, me ofrecen de todo menos risa y llanto -cuando vienen juntos y los trae el mismo abrazo-. Me llenan de música y me pierdo en ella, buscando un sonido que desplace -por momentos- a la música del tiempo. Así avanzo, un paso cada día, sin coordenadas ni GPS, a veces caminando con el sol en la cara, otras a oscuras entre la niebla que se mezcla con el humo, pero siempre sin ver nada, habitante anónima de calles que nunca han sido mías. Pasajera etérea en una ciudad demasiado fría para recorrer a solas.




14 jul 2011

El final de nuestra historia en la pantalla de un cine.


Hay películas que nadie entiende
y otras de las que nadie sale sonriendo.


Sabía que no había mucho que se pudiera salvar, pero separarse todavía era muy difícil. Era octubre y había llovido demasiado, me entretuve en el trayecto fotografiando los caracoles que parecían haber invadido el campus o, al menos, eran los únicos que lo habitaban el domingo por la tarde.

En la pantalla, una pareja terminando la historia de su amor, en una ciudad que a ratos se hacía sospechosamente parecida a la nuestra. Una conversación en el supermercado. Escapar de una fiesta. Miradas mudas que lo dicen todo. Un reflejo en la ventanilla de un auto. Las luces de un puente. Sonando "Patio XXIX". Todo lo que cabe dentro de una noche. Y finalmente, el amanecer, portando el incierto final a orillas de un río cuyo curso podría también haber sido este. Historias que terminan cuando termina la noche. Algo que no vuelve cuando vuelve el día.

Las luces del cine se encienden despacio, dan tiempo para secarse las huellas del llanto que, como hilos de caracol, brillan en el rostro. Al salir de la función de las cuatro las parejas adultas caminan del brazo y se dirigen a sus autos. Nosotros en silencio caminamos lento, algo como un eco adentro se traga las palabras. Tengo cuidado de no pisar los caracoles y de esquivar los charcos de agua.

Lloré en la puerta de entrada y él se fue, como se fue tantas veces diciendo que era la última. Siguió lloviendo mucho, no quise abrir las cortinas, me metí en la cama y descargué el soundtrack:

Lo bueno de llorar.



6 jul 2011

Pero entonces era martes.



Llegué y me senté en la cama, no había nadie más, no encendí la luz, no necesitaba luz para eso, mis manos conocían lo suficientemente bien el trayecto desde la caja hasta mi boca. Todas las explicaciones posteriores son un accesorio que aquí no tiene lugar porque hay actos que se adelantan a los pensamientos y les llamamos impulsos. La mayoría de las veces los impulsos sólo nos causan (más) problemas.

Me las fui tragando una a una, sin agua y sin pausa hasta completar la caja. Había empezado con la segunda cuando el impulso se calmó y recién en ese momento recuperé mi capacidad de razonar. Fue entonces que apareció, no sé de dónde, ese instinto de supervivencia del que tanto he oído hablar en los programas documentales. Y tuve miedo, el miedo probablemente sea la única fuerza capaz de salvarnos de nosotros mismos. Tomé el celular y llamé a la primera persona que vino a mi mente. Después de eso los recuerdos que conservo son pantallazos cada día menos claros.

Me veo a mí misma caminando por el pasillo hacia la puerta, de un lado me sujeta "él" y del otro una mujer que no conozco, una paramédico supongo, lleva un cortaviendos amarillo. Afuera me suben al vehículo de emergencia donde hay un hombre esperando y también viste de amarillo, estoy muy mareada pero consciente, o eso creo. Me acuestan en una camilla y me preguntan cosas mientras van apuntando en algo que parece ser una ficha. Luego me conectan cosas en el cuerpo, sondas por la nariz, catéteres en los brazos, sé que es molesto y doloroso pero no recuerdo la sensación. Ahora despierto en la habitación de un hospital pero sigo perdida, las paredes son celestes y tengo mucho frío, a mi lado hay alguien pero no sé quién es. Cierro los ojos, los abro, no distingo el paso del tiempo ni reconozco las caras sucesivas que de pronto aparecen en mi campo visual. No sé cuánto ha transcurrido desde la última vez que estuve consciente, parezco haber olvidado todo y se siente bien, por un rato conseguí lo que tanto deseaba: dejar de pensar para que dejara de doler.

Después de eso, claro, retornaría de todos modos la lucidez dolorosa que me trae de vuelta hasta aquí, cumpliendo un año, cerrando un círculo para abrir otros, escribiendo sobre un día parecido a éste, sólo que entonces era martes y hoy fue miércoles.




4 jul 2011

Zoom back 2


Guardo un boleto de la línea 4
nuestro último viaje
que nos trajo a ninguna parte.


Zoom back 1


Fue más que aprenderse de memoria una calle,
o apropiarse de un soundtrack,
o volver a encontrarles sabor
a los refrescos en polvo a las tres de la mañana.



20 jun 2011

Un cita con mi psiquiatra.



Tengo miedo. Hace tanto que no lo veo, que no nos miramos a los ojos, que no miro por la ventana buscando un espacio donde esconderme mientras él me mira a los ojos y habla, poniendo atención en todo lo que no quiero decirle.

Me veo subiendo la escalera hasta el quinto piso porque nunca confié en los ascensores. Primero me dirijo a ella y la saludo, pero nunca parece acordarse de mí, me dice que lo espere y eso hago, retraída y minúscula, tratando, sin suerte, de esconderme en mí misma, como si con cada peldaño que subo mi valor se fuera quedando dos peldaños más atrás. Tiemblo un poco cada vez que escucho el rumor de una puerta que se abre y no es la suya. Hasta que alguien sale en silencio y es mi turno de entrar.

Ha pasado mucho tiempo, no se debe acordar de mi nombre -pienso- ha pasado demasiado tiempo, ojalá haya olvidado que hicimos un compromiso, igual que yo olvidé que iba a cumplirlo. No sé si me anime a hablarle sobre mi viaje, o si quiera escucharlo, no sé si sea capaz de decir lo que necesito, lo que me trae de vuelta al lugar del inicio...




17 jun 2011

Nieve en mis guantes


Nieve, no era. Era un salpicón de merengue del helado de mi amigo. Hacía tanto tiempo que no íbamos al mall, que ya ni recordábamos la divertida sordidez de observar el comportamiento de la gente feliz. Es buen ejercicio en tiempos como estos: entrar a las tiendas, recorrer sus pasadizos con miedo de mirar todo eso que no podemos comprar y tampoco nos haría más felices, jugar, reir, creernos ellos, sentirnos otros, parecernos a la gente feliz que observamos. Después dar vueltas de piso en piso, ir al baño, odiar a las mujeres que se quedan conversando ahí dentro, tratar de verme lo menos posible a mí misma en los espejos, y a las niñas escolares tomándose fotos, lavarme las manos y dejarlas secarse con el aire. Después pedir un helado y que la vendedora me lo bañe en chocolate. Sentarnos, mi amigo y yo, tan callados como siempre. No sé si él es más feliz ahora comiendo sus papas fritas, pero sé que es la primera vez que yo pruebo un helado bañado en chocolate.

13 jun 2011

Nada, yo no quiero nada



Afuera hay algo que parece tragarse todo y no es la niebla. Evito salir, sobre todo de día. Me paso las noches sentada en el living, entablando mudas conversaciones conmigo misma. Dejo la tv encendida y sin volumen sólo para ver algo moverse cerca de mí, aunque no sea en la misma dimensión. Así es cada noche, y cada día es como un año perdido. Adentro es el silencio lo que se traga todo. Más allá el resto duerme, estudia, se divierte, ama, hace algo. Yo aquí aprendo a vivir en el frío, practico la inercia y me sale bien. Quizás son los colores los que no combinan conmigo o todo es demasiado claro, demasiado crudo para dejarme dormir. Miro la pantalla en blanco pensando en escribir algo y no escribiendo nada. Creyendo que espero algo y no esperando nada. Sin querer creer en nada y no creyendo en nada, viviendo en pausa, perdiendo las ganas, quedándome lejos, omitiendo palabras, perdiéndome en el tiempo no queriendo nada.


4 jun 2011

Tiempo hecho espacio



Ha llovido demasiado afuera, adentro nos vamos secando el dolor y en su lugar creando el vacío. Dejamos de preguntarnos qué tuvo mayo, que de pronto se vino tan triste. O por qué todos los días me olvido de algo, ni por qué tan seguido ya no quiero nada...


30 may 2011

Razón de mi ausencia



A veces me gusta desaparecer, y proyectarme en la angustia de alguien que pudiera buscarme. De la misma forma que suelo imaginar mi muerte, vigilando su proceso, yo, de espectadora.

Me gusta no estar y no responder las llamadas. Ignorar los mensajes de texto. Quedarme invisible en los chats. Ser silencio. Perderme un rato y que alguien me busque. Que me busque con ganas y angustia y celos. O que me extrañe mucho, y me odie con cada frase del buzón de voz. Que alguien me quiera cerca y no estarlo, simplemente, invertir el orden que han tenido las cosas. Ser un poco más libre. Decidir desligarme de todo lo que amo y me ata. Jugar a creer que elijo mi soledad.



19 ene 2011

El fin del mundo será a las 4:00 am


Ya no te preocupa que el tiempo pase lento porque lo que importa ahora es cómo seguir llenando los días con una esperanza menos. Cómo llenar las mañanas, las tardes, las madrugadas. Sobre todo las madrugadas y su espantosa calma. O encontrarles un sentido a tantas vueltas en la cama, en la semioscuridad que empieza a traer de regreso las siluetas de las cosas, a devolverles la realidad que quieres evadir para siempre cuando desaparece el único lugar donde puedes esconderte.

Te deprimen las madrugadas y sus sonidos lejanos. Las 4:00 am. La peor de las horas. Los gatos, igual que animales salvajes, rondando la puerta a la espera de algo que, saben, llegará junto con la luz del día. No es tu caso. Nunca es tu caso y sigues aquí esperando.

Te consuelas diciéndote, en silencio, que al menos ahora tienes una razón para escribir, buscar vida en los escombros, crear desde la destrucción: aufheben. Pero te respondes que no es lindo escribir sólo cuando estás muy triste.

Y ya ni siquiera es tristeza sino dolor. Crudo. Real. Dolor verdadero que se siente en el cuerpo. Te oprime el cerebro y te provoca nauseas y el impulso de arrancarte los ojos con las uñas para poder así dejar de llorar. Da lo mismo retroceder cinco años, o tres años, o seis meses, porque el dolor es el mismo de las heridas nuevas hechas sobre cicatrices viejas.

Entonces escuchas los discos que descargaste hace un tiempo sin saber por qué, y descubres que todo tiene una razón que aún no logras comprender y que te da terror. Recuerdas que escuchar música triste siempre te ha hecho sentir mejor pero esta vez no te sientes mejor ni puede la secreta condescendencia de los músicos catalizar el sabor amargo que te envenena, tan despacio, que no alcanzas a perder la conciencia, justo cuando más necesitas escapar, dormir, dejar de estar. Porque sufres. Sufres. Sufres esperando por piedad una tregua, un descanso más prolongado, una paz no armada, un lugar para salvar tu corazón.

Y te dan ganas de salir al patio a esa hora y caminar descalza a pesar de la lluvia hacia cualquier parte. No tendrías miedo porque sabes que los perros nunca te dejarían sola. Pero no lo haces para no despertar a nadie. Porque aquí no pasa nada. Nadie llora en la habitación del lado y no hay alguien que dejó de preguntarse la razón de haber crecido tan sola, presa de sí misma, atrapada en un lugar que ya no es capaz de protegerla de la vida real. Donde ahora el pasto crece un metro sobre el suelo y el bosque brota reclamando su espacio, haciéndose tan frondoso que apenas los árboles dejan ver un trozo de cielo. Un lugar que ya no te resulta ameno, superado por el abandono, el descuido y la soledad. Prefieres estar lejos, “porque esa lejanía te salva la vida”, escribió mi amigo Jorge.

El amanecer viene con un escalofrío. El dolor está sobre ti como brisa gélida, te atraviesa, congela hasta tus lágrimas. Quieres levantarte, hacer algo para quitártelo de encima pero está dentro de ti, y tú inmóvil, semicubierta por la cama que a esta hora es más un calabozo que un refugio, los ojos abiertos como si no pudieses volver a dormir nunca más. Dormir, que siempre ayuda cuando no hay otro lugar adonde ir. Los sueños premonitorios que se te repiten hechos pesadillas ya no te asustan, vas a ellos arrastrada por la inercia, no podrían anunciarte nada peor que esto, lo que te dijeron hace varias noches y no quisiste creer por tu idea absurda de que si no creías en ellos no podrían dañarte. No quisiste creer porque esos días y sus noches estabas contenta y no querías dejar de estar contenta. Nunca has querido dejar de estar contenta.

Las 7:00 am, el sol entra brutal por la ventana burlándose de la cortina doble que has puesto para que de noche no te asusten sus fantasmas, para que la oscuridad borre por algunas horas la realidad que te atormenta y no consigues evitar. El sol entra pero ni aún así te toca ni te alcanza ni te sirve la falsa tibieza que promete.

Las 9:00 am, cuando por fin crees encontrar algo de paz, un pensamiento nuevo te abre los ojos, un recuerdo te revuelve el estómago y se queda ahí, vuelto una masa rugosa, entre el estómago y la garganta. Despiertan otra vez tus pensamientos en caos: crece la batalla mortal que desde las 4:00 am se libra en tu cabeza.

29 dic 2010

La soledad de los extranjeros


IV Concurso de Cuentos Breves
Universidad San Sebastián, Noviembre 2010


La soledad, cuando se asume, a veces resulta casi agradable. Me convenzo que la soledad sólo existe cuando se está rodeado de personas y no hay nada que te ligue a ellas. La ciudad, en todas sus formas, es la capital de la soledad. Esta ciudad hace que me sienta más lejos de donde vengo y tan cerca de mí misma, que lamento no parecerme todos. Salgo a caminar buscando espacios vacíos, cuando necesito aire y colores. Cuando quiero abstraerme para estar lúcida, y sentir más profundo para poder razonar. Es difícil aquí. La ciudad tiene ojos, no dice mucho, pero lo ve todo. Los espacios están llenos de extraños que me mantienen tensa. Debo cruzar entre las gentes, otras me miran desde los autos, desde las esquinas de enfrente cuando esperamos que cambie el semáforo, todos están mirándome sin ver, siquiera, que yo también los miro.

En el campo no es así. Donde yo vivo no se siente soledad porque no hay nadie más viendo lo que haces, ni fijándose en como te ves, ni mirándote raro si haces algo muy diferente a lo que todo el resto hace en su asumida cotidianidad. El campo es otra cosa. Nunca te pone barreras, es como si el bosque te hiciera sentir que eres parte de él. En la ciudad no se distinguen voces, sólo un murmullo interminable que ensordece a quienes habitan dentro de él. Un sonido homogéneo y constante, como lo que se oye dentro de los sueños, a través de las paredes de una habitación acolchada.

Salgo a caminar y lo hago despacio. No hay nada que me apure, porque no tengo que llegar a ninguna parte y sé que nadie me espera, ni se preocupará si se hace tarde y no aparezco. Abro bien los ojos para que el mundo crea que estoy alerta, y avanzo a encontrarme con el vértigo urbano. Cuando quiero escapar me pongo los audífonos y mi soundtrack me lleva suspendida en dimensiones alternas. Las siluetas son sombras, los rostros, historias leves hechas a borrones. Desde aquí, recuerdo la humedad del sereno penetrando mis pies, cuando camino descalza por el pasto en esos viajes nocturnos que acostumbro hacer bajo la luna de enero, en mis noches perfectas, sintiendo palpitar la insoportable belleza de una atmósfera silvestre y propia.

Las vacaciones las paso en mi casa. En verano las tardes son eternas y en ellas cabe toda la poesía. Amo mi soledad de no estar sola. Con mi perro, acostados en el pasto, miramos pasar los días, crecer las sombras y encontrarse hasta hacerse una sola: la noche fresca, llena de sonidos lejanos. Desearía poder estar siempre así, en mi casa olvidada de campo. Pero está la ciudad a la que no me acostumbro, la gente que no me entiende, la universidad que odio, y su conocimiento, que sirve para todo menos para la vida.

Si el atardecer de la ciudad es del mismo color, me pregunto qué es lo que en el campo lo hace tan diferente. Quizás, poder dejar mi vista perderse en la inmensidad del bosque de siempre, cada vez más ajeno. Aún tratando, no podría ser una chica de ciudad, porque vivo en un sitio donde rara vez se oye algo más que el sonido del viento repitiendo las mismas historias que me contaba cuando era niña.

A veces voy al mall, a la hora en que la ciudad almuerza. Suelo comprar un helado de pistacho, o de chocolate suizo, y subo al segundo piso. Ubico la esquina vacía de un banco y me instalo a observar. A mi lado una pareja de ancianos hace lo mismo, lamen sus helados y de vez en cuando se dicen entre sí, algo que no alcanzo a oír. De algún lugar, extrañas empiezan a venirme las ideas y descubro que no tengo más papel para escribir que un par de boletas arrugadas en el bolso. Imperdonable para la cazadora-recolectora de poesía, que quiero ser. Me digo que necesito una libreta y prometo comprarla luego. Extranjera en mí misma, me siento. Implantada en la ciudad universitaria. Injertada en la rama de una ciudad sin árboles.

Desde lo alto de mi anfiteatro examino con rigor científico el cotidiano espectáculo del centro comercial. El flujo de gente es un río calmo a esas horas de la tarde. Parejas de adolescentes, familias fotografiando a sus bebés en la pileta, grupitos de escolares, una fila en el cajero automático, mujeres con niños, otras saliendo con bolsas de las tiendas, uno que otro hombre solo, ancianos, y gente que se conoce y se encuentra en la mitad del mall. Universitarios, sentados riendo en el patio de comidas. Intento identificar a los implantados, como yo, pero exitosos. Es imposible, porque los implantados exitosos no se distinguen, han modificado tanto su fenotipo, que se ven igual a cualquier chico de ciudad. Lo simple es vestirse a la moda y usar unas Rayban (o su copia falsa). Lo difícil es sacarse la tierra de las uñas y olvidar que se tuvo los bolsillos llenos de flores, frutos y semillas. Cuando la corriente es sólo caminar, ir contra ella debe ser detenerse en el medio, pienso. O sentarse en el segundo piso a observar como lo haría un etnógrafo o un jubilado triste.

Aquí, tan lejos de la presencia amiga de los árboles a contra luz y las aves que murmuran dulcemente en sus escondites que conozco, camino, esquivando las miradas imaginarias de los androides callejeros. Semáforos, el idioma de los colores, de las sombras y los silencios ilegibles. Tristemente. Sucesivamente. En los paisajes urbanos, a menudo se repiten las mismas escenas. Interminables veces con distintas caras que se vuelven una, en el profundo no-conocerse de la ciudad. Y es que nadie despierta mínimamente mi atención. Concluyo -esta ciudad es demasiado pequeña, o he estado todo el tiempo en el lugar equivocado-.

14 dic 2010

Hay un lugar donde van todas las cosas perdidas



A veces hay que olvidarse de sentir, para poder seguir el ritmo brutal del mundo. ¿El problema? No puedo. Siempre queda un espacio, una grieta oculta por donde suele colarse un sentimiento sin ser visto, hasta que ya es lo suficientemente grande como para ser extirpado sin dañar los tejidos que lo rodean. La vida es simple y drástica: salvarse o morir.

Nunca me dijo nada, me vio llorar frente a todos y me abrazó antes de volver donde estaba ella. No dijo nada y simplemente me fui lejos, al único lugar capaz de salvarme de la vida real. Desde allí lo vi enamorarse de otra, matando en mí todo amor y respeto, ensuciando sin remedio lo único puro. Era diciembre hace tres años, había tardes como estas, días llenos de sol y angustia. Una temporada de fiestas donde yo no era bienvenida e incluso fui olvidada. Él nunca habló, pero me empujo a lo incierto obligándome a recordar cómo se sentía el vacío.

Pensé y me prometí que nunca le causaría un dolor como ese a nadie, que no era justo, que lo peor siempre es el silencio y no poder negar lo que es evidente. De todos modos yo no estaba preparada para confesiones y él no estaba preparado (nunca lo ha estado) para la sinceridad. La conversación se desvió hasta que no hubo más remedio que terminar con las suposiciones. El placer de descargar la conciencia se mezcló con el dolor profundo de no poder evitarle a él la tristeza, curiosamente la misma, de la misma forma, en la misma época en que fue mi turno sufrir por causa suya. Aunque pareció comprender y me negó la posibilidad de sentir culpa, vi sus ojos y recordé mi promesa, y lamenté que no sirviera de nada, si finalmente el dolor es dolor y no importa el tiempo ni la forma ni las razones.

Salimos de ahí y caminamos entre la gente concentrada en las compras de navidad y el sonido de los villancicos complementando las escenas de un drama bizarro y mal hecho. No volvimos a hablar porque ya todo estaba roto. No importaron los exámenes ni los premios ni los perritos que regalaban en la plaza. Hablamos del psiquiatra y sus recomendaciones que nadie tomaría en cuenta, ni yo, ahora al menos. Él dijo que no creía en la palabra del psiquiatra, yo le dije que tampoco, pero que no tenía más opción, que finalmente esto era la vida: la ilusión de creer en algo.

Después lo abracé y me fui, sabiendo que lo vería quizás muchas veces, pero que desde hoy para él yo ya no era más la misma. Avancé media cuadra y volteé para verlo contar sus monedas antes de subirse a la micro nueve y desaparecer. Sólo un segundo y continué sin querer pensar en nada. Crucé el puente con los ojos tirantes por el viento y las lágrimas, sola otra vez bajo una tarde vacía, del color de los restos de sol apenas tibios, del color que tienen las cosas cuando pierden la vida.

9 dic 2010

Ventana azul


Le digo que me gusta su ventana porque parece que siempre es amanecer. Él no dice nada, se ríe a veces, mientras lava la loza apilada en el lavaplatos. Lo que quiero decirle es que me gusta él, pero sólo le digo lo mucho que me gusta su persiana azul. Hace poco llegué, por eso la timidez de siempre, que no consigue ahuyentar el beso con que minutos antes nos dijimos hola en la puerta de calle.

Se ha hecho rutina, pero una rutina tan dulce que sería incapaz de causar hastío a nadie. Cada día la distancia crece un poco más cuando camino a su casa. Lo llamo desde la esquina para darle tiempo de subir a abrirme aunque, de alguna forma, siempre llego antes. Veo su silueta en movimiento a través de las rendijas del portón y el sonido eléctrico de éste al abrirse despierta otra vez mis signos vitales casi detenidos.

Nos saludamos y, entonces, descendemos en fila la pendiente del sendero: él, yo, mi nerviosismo adolescentes y ese miedo tonto de los primeros encuentros. Al entrar me quito la cartera y la dejo caer en el sillón o sobre la mesa, más tarde me sacaré los zapatos y me pondré sus calcetines de lana que ya son míos.

Como para distraer la tensión que me paraliza voy examinando en silencio los rincones llenos de objetos que convierten el espacio en suyo, y él, que no sospecha que también quiero ser suya apenas he entrado a su casa, deambula por ahí desapareciendo a ratos, advirtiendo el secreto riesgo de amar lo que no se tiene.


25 nov 2010

No quiero conocerle más

Le extrañaría, aún sin atreverme nunca a confesarle mi secreta admiración.

Le extrañaría con la alegría de no haber quebrado la dulzura de la posibilidad con el peso torpe de la realidad irreversible.

Le extrañaría al caminar con paso de viernes cubierta por otros cielos distintos.

Le extrañaría, entregada a la suavidad de la distancia que amortigua miedos pero no el amor.

Le extrañaría cuando descubra que nadie me devolverá las horas que sembré mirándolo estar sin atreverme a ser.

Le extrañaría aunque él ahora mismo no quiera saberlo.

Le extrañaría, pasara cuanto pasara y si no pasara nada le extrañaría de igual modo, durante todas las letras, después de todos los sueños, de todas las formas posibles....

18 nov 2010

La distancia que te sigue

Siempre se altera la apariencia de las cosas cuando asomas (tú y la distancia que te sigue). Se altera el aire al tiempo que surges del misterio de las tardes. Aún no sé cómo haces para dejar suspendido el lenguaje, que parecía ser nuestro camino más simple. Cómo salir sana y salva de tu halo incandescente (entrar en él sin eso fatal que me sigue). Cómo dejar de verte habitando las esquinas de mi ciudad vacía. Ven, aprópiate del paisaje (yo guardaría el secreto)...


9 nov 2010

Sweetness

Cada cosa que nombro trae adherido el deseo oculto de que tú me nombres. Tendrás que saberlo algún día pero no será hoy. No es tiempo ni puede serlo, la ciudad suele quedarse quieta y tú, preso del lado opuesto. Por ahora leerás sin saber que a ti te escribo. Otro quizás leerá y creerá reconocerte dentro, pero sólo mi silencio y yo sabremos que de noche esta calle es más oscura cuando tú no vienes. Por ahora los días seguirán su curso, tu planeta gris rotará a su modo y el mío, no menos gris, viajará a ciegas pendiendo de tus imanes. Estaré cerca, deberías saberlo, no haré ruido, nada mío va a alterar la tenue aureola de tu espacio. Vagaré por aquí, existiendo apenas, entre las miradas que evitas y los pasos que no das, sin saber que sólo por ti el asfalto mañana sabría algo más dulce...
Far away
Through night and day You fly long haul tonight Come to me You know I'll be here When you call tonight
(P.S.B)