28 ago 2011

"Rápido, sin llorar"


Caminamos entre la gente con cara de perdidos. Caminamos en silencio los trayectos de siempre. Celebramos nuestro ritual guiados por la tradición. El helado del piso dos, las papas fritas consumidas en el mismo código previo a las despedidas. Podemos quebrar la ciudad con el peso mudo de nuestras penas. Podemos hacer que la tarde no nos toque con su frío, atravesar los días sin que nada pase. Y quedarnos quietos mirando rotar las agujas que tenemos dentro del pecho.

24 ago 2011

La ultima cena

El día siguiente a la tragedia vamos a tomar helados. Miramos lo de siempre; las parejas, los niños, las escaleras mecánicas, y mientras esperamos nuestro turno en la fila del supermercado, vamos planeando mi muerte.

Prepararemos la última cena y de postre comeremos duraznos con crema. Yo hablo sobre el último antojo que los ancianos tienen justo antes de morir.

Nos detenemos en la farmacia para comprar somníferos, una caja de treinta no será suficiente pero completamos la dosis con antidepresivos, tengo tres cajas llenas. Como siempre me piden la cédula y me hacen firmar la receta antes de verificarla. Así es el procedimiento para los psicotrópicos. Pregunto por el descuento, como siempre 12%. La farmacéutica se tarda en imprimir la boleta porque se ha acabado el papel de la impresora. Al salir nos detiene un perro con su pata quebrada, nos miramos y reímos por la fatalidad que nos sigue…

11 ago 2011

La memoria de los sentidos

Esa mañana escribí sobre una ciudad demasiado fría para recorrer a solas. La tarde que le sigue di un paseo inesperado. La escarcha brillaba en la calle con la secreta timidez de las estrellas jóvenes, sin embargo no sentí frío, ni hambre, ni cansancio, sucede cuando lo extrasensorial se apodera del control que a menudo tienen los sentidos, y los vuelve inútiles. Es como crear un submundo. Vaciar una calle. Dejar en silencio una ciudad. Pausar los recuerdos para evadir la tristeza. Es todo, menos detener el tiempo, porque el tiempo del que hablo nunca es suficiente. Si pudiéramos hacerlo no habría despedidas, promesas, no habría emociones, sólo quedarnos quietos, llenos de aburrimiento. Huérfanos de sentido hasta olvidar que había uno. Así es como por las noches, a veces, me enamoro un poco.

En la ventana dibujo una tristeza nueva; una puerta cerrada, un vidrio roto. Llueve afuera y oscurece despacio, no siento frío. Toda mi música, de pronto se oye nueva, pero ya no dedicaré canciones, no escribiré poemas, mantendré muerta toda expectativa, ¿para qué volver a abrir las posibilidades de dolor? No quiero morir como Renée Michel y su elegancia de erizo; una mañana cualquiera, por fin dispuesta a amar.

3 ago 2011

Crisis de ausencia

Aquí paso las horas -casi inerte- mirando a la gente pasar con sus colores distantes. Mi vista siempre se estrella en un edificio seguido de un cielo nublado. Y todo parece sin vida, la gente, el tráfico, el transcurrir de las horas. Hace días nadie me habla de nostalgias. Tampoco quiero mirar más allá, tampoco necesito que me hablen de eso que ahora es mi patria. 
Hay un sentimiento aquí dentro, no sé si resbala en las paredes blancas, o me rodea invisible, como el olor de un aerosol anti tabaco de naranja y cedro. Me ofrecen visitas, paseos, me ofrecen de todo menos risa y llanto -cuando vienen juntos y los trae el mismo abrazo-. Me llenan de música y me pierdo en ella, buscando un sonido que desplace -por momentos- a la música del tiempo. Así avanzo, un paso cada día, sin coordenadas ni GPS, a veces caminando con el sol en la cara, otras a oscuras entre la niebla que se mezcla con el humo, pero siempre sin ver nada, habitante anónima de calles que nunca han sido mías. Pasajera etérea en una ciudad demasiado fría para recorrer a solas.