24 ago 2011

La ultima cena

El día siguiente a la tragedia vamos a tomar helados. Miramos lo de siempre; las parejas, los niños, las escaleras mecánicas, y mientras esperamos nuestro turno en la fila del supermercado, vamos planeando mi muerte.

Prepararemos la última cena y de postre comeremos duraznos con crema. Yo hablo sobre el último antojo que los ancianos tienen justo antes de morir.

Nos detenemos en la farmacia para comprar somníferos, una caja de treinta no será suficiente pero completamos la dosis con antidepresivos, tengo tres cajas llenas. Como siempre me piden la cédula y me hacen firmar la receta antes de verificarla. Así es el procedimiento para los psicotrópicos. Pregunto por el descuento, como siempre 12%. La farmacéutica se tarda en imprimir la boleta porque se ha acabado el papel de la impresora. Al salir nos detiene un perro con su pata quebrada, nos miramos y reímos por la fatalidad que nos sigue…

3 comentarios:

Demian Haller dijo...

Que difícil es quedarse mudo, sin palabras, sin mucho que decir,no se que escribir.

Slds.

Paula R.D dijo...

Pucha, qué lindo texto.

Esa relación tan extraña de complicidad entre la narradora y "él", entre la ternura y lo macabro. Muy bien logrado, fresco y espontáneo a pesar de la temática de suicidio, que suele ser tan latosa y emo en la escritura blogger.

Me recordó a la relación de los abuelos -acaso porque se alude al antojo de los ancianos- en la novela "Variaciones sobre la vida de Norman Bates" de Claudio Faúndez. Es una tensión similar, un cariño que se siente ensombrecido por una cuota de sadismo, de perturbación. Lee la novela. Yo creo que te gustaría.

Cocorastuti dijo...

¿Y la pata del perro...?