6 jul 2011

Pero entonces era martes.



Llegué y me senté en la cama, no había nadie más, no encendí la luz, no necesitaba luz para eso, mis manos conocían lo suficientemente bien el trayecto desde la caja hasta mi boca. Todas las explicaciones posteriores son un accesorio que aquí no tiene lugar porque hay actos que se adelantan a los pensamientos y les llamamos impulsos. La mayoría de las veces los impulsos sólo nos causan (más) problemas.

Me las fui tragando una a una, sin agua y sin pausa hasta completar la caja. Había empezado con la segunda cuando el impulso se calmó y recién en ese momento recuperé mi capacidad de razonar. Fue entonces que apareció, no sé de dónde, ese instinto de supervivencia del que tanto he oído hablar en los programas documentales. Y tuve miedo, el miedo probablemente sea la única fuerza capaz de salvarnos de nosotros mismos. Tomé el celular y llamé a la primera persona que vino a mi mente. Después de eso los recuerdos que conservo son pantallazos cada día menos claros.

Me veo a mí misma caminando por el pasillo hacia la puerta, de un lado me sujeta "él" y del otro una mujer que no conozco, una paramédico supongo, lleva un cortaviendos amarillo. Afuera me suben al vehículo de emergencia donde hay un hombre esperando y también viste de amarillo, estoy muy mareada pero consciente, o eso creo. Me acuestan en una camilla y me preguntan cosas mientras van apuntando en algo que parece ser una ficha. Luego me conectan cosas en el cuerpo, sondas por la nariz, catéteres en los brazos, sé que es molesto y doloroso pero no recuerdo la sensación. Ahora despierto en la habitación de un hospital pero sigo perdida, las paredes son celestes y tengo mucho frío, a mi lado hay alguien pero no sé quién es. Cierro los ojos, los abro, no distingo el paso del tiempo ni reconozco las caras sucesivas que de pronto aparecen en mi campo visual. No sé cuánto ha transcurrido desde la última vez que estuve consciente, parezco haber olvidado todo y se siente bien, por un rato conseguí lo que tanto deseaba: dejar de pensar para que dejara de doler.

Después de eso, claro, retornaría de todos modos la lucidez dolorosa que me trae de vuelta hasta aquí, cumpliendo un año, cerrando un círculo para abrir otros, escribiendo sobre un día parecido a éste, sólo que entonces era martes y hoy fue miércoles.




6 comentarios:

Demian Haller dijo...

Claro que te diré algo...la vida es una cosa extraña, llena de gente grande que no se parece mucho a nosotros, o como bien lo decía Dylan, "esa gente grande que por alguna razón que no comprendo viven también en nuestro mundo", existen muchas maneras de huir, pero no como un ladrón...existen formas de transportarse lejos he incluso pasar a visitar a Peter Pan...yo por preferencia prefiero ser un ladrón de fuego...robar el fuego del infierno para entregarlo a las almas carentes de este, un tipo Robin Hood .. que le roba al diablo
slds que estés bien

Ada (sin h) dijo...

Demian Haller:
Lo sé, vivir es lo más extraño que me ha pasado :)

Paula R.D dijo...

No hay mayor valentía que permitirse ser cobarde en los momentos más necesarios.

Es bueno que hayas llegado a escribir esto, da igual el día que sea :)

Ada (sin h) dijo...

Alejandra Láquesis:
Un día diferente de un año diferente.
:)

Greensleeves dijo...

Nos contemplamos,observamos y actuamos, y aún así estamos en un mundo extraño.

La mute dijo...

'dejar de pensar para que dejara de doler'

He ocupado tantas veces esa oración! Sonará raro, pero puedo empatizar sin decir nada más.

Saludos!